
El suelo está cubierto por una delgada capa de hojarasca, que solo se hará más delgada. Hojas y ramas marrones, pardas, rufas y algunas ligeramente anaranjadas están posadas y severamente secas por nuestras decisiones pasadas. No hay justicia en un suelo árido. Las hojas agujereadas y en franco consumo ocultan un par de flores, frutos y cadáveres regados. Algunas raíces superficiales se trazan y pueblan todo lo subterráneo.
Del suelo se levanta una gama de troncos gruesos, delgados, ramificados, rectos o muertos. Se sostienen firmes ante una absoluta incertidumbre. Un par de lianas y bejucos contornan la vista hacia las curvas y el desorden. Musgos, líquenes, enredaderas y hongos manchan los impolutos troncos, aunque otros son de por si verrugosos y texturizados. Palmas pequeñas, arbustos y algunas plántulas ocupan el sotobosque sin expectativas a crecer, pero deseando.
Las hojas verdes en una gama de tonalidades que desbordan cualquier grado están cayéndose continuamente ante la enfermedad. Paso mi mano por mi cabeza y saco otro pelo, lo veo con mucho miedo. Se ve el estrés que atraviesa este suelo seco y los árboles que empiezan a soltar lo que ya no aguantan. Todo sigue verde, pero por cuánto tiempo.
Se ve un cielo despejado que augura muerte en un fuego eterno, yo estoy sentado en una pequeña banca de madera y no hay nadie a mi alrededor, en la tierra no queda ningún ser humano. Solo veo el frágil paisaje que seguirá ahí, conteniéndome.
Comments